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Capítulo siete

En el cual Luca se encuentra confinada en casa

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uca estaba sentada con la abuela en la sala de estar, de brazos cruzados y haciendo pucheros. Llevaba puesta la máscara que le había regalado el Ciclón.

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—¿Ves cómo empujo la aguja con el dedal, m’ijita? —le decía la abuela, ignorando el mal humor de Luca y mostrándole unas puntadas con una agilidad asombrosa.

 

—No es justo que Félix pueda ir y yo no —Luca refunfuñó, rehusándose a mirar lo que estaba haciendo su abuela. Era viernes por la tarde y la lucha de Deportes Angélico estaba por comenzar en cualquier momento. Aún no podía creer que se la iba a perder por ese tonto reportaje en la radio del día anterior.

 

Cuando la mamá de Luca se había enterado que las luchadoras de la capital estaban causando tal revuelo, le había prohibido terminantemente a Luca acercarse a Deportes Angélico, y había reclutado a la abuela para enseñarle a coser.

 

—Pronto serás toda una señorita —la Señora Morales de O’Reilly le había dicho—. Ya es hora de que te comportes como tal.

 

Félix obviamente no entendía la gravedad del asunto.

 

—¡Oh! ¿Aprenderás a coser? —había sido su única respuesta al pasar por casa de Luca de camino a Deportes Angélico—. ¡Yo quisiera aprender a coser!

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—¿Ah, sí? ¿Quieres intercambiar lugares? —Luca le había contestado, con más veneno en la lengua del que hubiera querido. ¡Nunca jamás volvería a ofrecerle a su mamá ayudar en el hostal!

 

—Luca —dijo la abuela gentilmente, sacándola de estar repasando con rabia la injusticia—. Tu mamá sólo intenta hacer lo mejor para ti. 

 

—¿Cómo puedes decir eso, Abue? —contestó Luca, sintiendo repentinamente que el mundo entero estaba en su contra—. ¡Si tú eres la que dijiste que las niñas sí podían luchar y que no hiciera caso de la opinión de los demás! ¿Qué pasó con todas tus historias de la Revolución? ¿No que ayudaste en el combate, también? ¿Por qué tomas el lado de mi mamá?

 

Antes de haber conocido al abuelo de Luca, la abuela había sido una Adelita, o soldadera: una de las mujeres que habían luchado, cocinado, trabajado de enfermeras y más durante la Revolución. Encima de la cabecera de su cama, Luca tenía una foto de su abuela con dos cartucheras cruzando su pecho y un rifle en la mano.

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—Sí, chiquita —dijo la abuela—. Todo lo que dije es verdad. Esos fueron tiempos extraordinarios y muchas mujeres valientemente pusieron de su parte y fueron esenciales a la causa. No estoy diciendo que tu madre tenga razón, pero está haciendo lo que considera lo mejor para ti. Está preocupada por tu futuro y quiere asegurarse de que tengas las habilidades que necesitas. Y coser es una habilidad muy útil, ¿sabes? Déjame decirte, ¡nos ayudó durante la guerra tanto o más que las armas!

 

Luca miró a su abuela con sospecha, como diciendo “ay por favor”.

 

Viendo el escepticismo de Luca, la abuela se explayó.

 

—¿Cómo crees que hacíamos los vendajes? ¿Cómo hacíamos y zurcíamos los uniformes? ¿Y cómo suturábamos a los heridos?

 

La actitud defensiva de Luca se calmó un poco cuando se dio cuenta que la abuela hablaba en serio.

 

—Tengo una idea —dijo la abuela—. Tu mamá necesita un poco de tiempo para acostumbrarse a la idea de que su hija es la Chiquita Picosa que es. ¿Por qué no aprovechamos el tiempo?

 

La abuela se estiró para alcanzar su estuche de costura y empezó a buscar entre su colección de telas. Después de comparar varios retazos con la máscara de Luca, extendió una tafeta sedosa de un azul brillante sobre la mesa.


En seguida, a Luca le cayó el veinte.

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—¡Podemos hacer un traje que combine con la máscara!

 

—Sí, chiquita —dijo la abuela con un guiño—. ¿No crees que una máscara especial como esa se merece todo un traje? Hasta tengo suficiente de esta tela azul para una capa. ¿Qué te parece?

 

La actitud defensiva de Luca se esfumó. Brincó al regazo de su abuela y la abrazó.

 

—Perdón por ser tan difícil, Abue —dijo.

 

—Está bien, cariño, te entiendo —dijo la abuela—. Sé lo importante que es la lucha para ti.

 

Cuando la mamá de Luca regresó del hostal para preparar la merienda, se sorprendió al encontrar a Luca muy concentrada enhebrando una aguja, a pesar de que la abuela se había quedado dormida en su mecedora. Para su mayor desconcierto, la merienda transcurrió sin una palabra de queja. Luca aún llevaba la máscara puesta, pero su mamá no se atrevió a tentar su suerte al mencionarlo.

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—¿Tuviste buen día con la abuela hoy, chiquita? —le preguntó la Señora Morales de O’Reilly a Luca.

 

—Estuvo bien —contestó Luca. No se atrevió a mencionar el nuevo proyecto de costura, pero ella y la abuela intercambiaron una sonrisa cómplice.

 

Cuando Luca se fue a dormir esa noche, se paró sobre su cama antes de meterse bajo las sábanas para mirar detenidamente la foto de soldadera de la abuela a la luz de la luna. Era difícil creer que la abuela había sido así de joven, pero no había forma de confundir es mirada fuerte y orgullosa. Luca quería crecer a ser igual de valiente y sabia y habilidosa que la abuela. La abuela podía cocinar y tocar la guitarra y pelear y coser, y sabía cómo hacer medicinas y hechizos también.

 

De repente, Luca notó que la foto en blanco y negro de la abuela empezaba a brillar con una luz azul. Sobresaltada, se inclinó para mirarla más de cerca. Al acercarse, el color azul se volvió más intenso. Luca movió su cabeza lentamente de lado a lado. El resplandor azul se movió de lado a lado también.

 

¡La máscara! Se le había olvidado por completo que aún la llevaba puesta.

 

Brincando de la cama, Luca fue a mirarse al espejo de su tocador. El suave cuero azul de la máscara estaba emanando un ligero, pero inconfundible resplandor.

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A Luca se le puso el pelo de punta. Esto sólo podía significar una cosa.

 

La máscara era mágica.

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