capítulo 6
El gran escándalo
uca despertó muy temprano la mañana siguiente de conocer al Ciclón para admirar la máscara azul que le había regalado. A la luz del alba, la máscara parecía resplandecer con una centelleante magia interna.
De repente, Luca se acordó que, con tanta emoción, ¡se le había olvidado por completo preguntarle al Ciclón sobre las momias y su verdadera identidad! Pero eso podía esperar… lo importante ahora era que Diego no tenía la razón. El Ciclón y la abuela se lo habían asegurado: las niñas sí podían luchar.
Luca brincó de la cama y corrió a la cocina, donde la abuela y su mamá estaban preparando el desayuno para sus hermanos y empacando un almuerzo para que el señor O’Reilly se llevara al trabajo. Los sábados, el papá de Luca viajaba al pueblo de Cata para llevar la raya al capataz de la mina. A menudo se llevaba a Luca o a uno de sus hermanos con él y los entretenía con las historias de cómo el bisabuelo, el señor Luca O’Reilly, había llegado desde Irlanda para trabajar en las minas de Cata hacía ya muchos, muchos años… hacía tantos años que era incluso antes que las historias de la Revolución que contaba Abuelita. A Luca le costaba imaginarse que existiera alguien o algo más antiguo que Abuelita.
—¿Lista para acompañarme, Luca? —le preguntó el señor O’Reilly a su hija, en lo que su esposa le pasaba el itacate con su almuerzo. Normalmente, a Luca le encantaba escuchar las historias del bisabuelo por quien la habían apodado (cuando su nombre de pila, Luz, no había pegado), pero hoy sus pensamientos estaban ocupados con otro tema.
—Pues, esteee... —Luca dijo, esperando no decepcionar demasiado a su padre—, ¿Mamá, podría ir al hostal contigo en vez?
Luca estaba ansiosa por ver si podía pescar alguna noticia sobre las famosas luchadoras que el Ciclón le había asegurado existían y que estaban haciendo tanto revuelo en el Distrito Federal.
—¡Oh! —dijo la señora Morales de O’Reilly, un poco sorprendida que Luca estuviera dispuesta a perder la oportunidad de viajar con su padre—. ¡Desde luego! Nos vendría bien la ayuda.
La mamá de Luca a menudo ayudaba a su hermana en el hostal, registrando a los invitados, cocinando, y limpiando mientras el papá de Luca estaba en el trabajo.
Toda la semana siguiente, Luca hizo hincapié en acompañar a su madre al hostal tan
seguido como fuera posible. Esto les proporcionaba a Félix y a ella la oportunidad
perfecta de escaparse al área de recepción, que funcionaba también como comedor, para
escuchar la radio. Sin embargo, se decepcionaron al encontrar que, entre semana, lo
único que se transmitía era la aburrida radionovela que le encantaba tanto a la mamá
de Félix. Luca también había reclutado a Félix para ayudarle a peinar los quioscos de
periódicos en busca de información sobre las luchadoras, pero ninguna edición nueva de
las revistas de lucha había llegado aún de la capital.
Aunque estaba resultando difícil encontrar noticias de las luchadoras, Félix estaba contento de ver que Luca por fin había vuelto a ser la de siempre, lista para luchar en cualquier instante y ansiosa de escabullirse de nuevo a las peleas de la liga semi profesional de los viernes en Deportes Angélico, sin importarle ya si Diego iba a estar ahí o no.
—Es más —sugirió Luca el jueves, con un centelleo travieso en los ojos—, ahora que no tenemos clases, ¿por qué no vamos a ver entrenar a la liga?
—¡La Chiquita Picosa está de vuelta! —gritó Félix, abalanzándose sobre ella y dándole golpecitos afectuosos en las orejas con sus garras.
—Ya, déjame —dijo Luca, haciéndolo a un lado con un sopapo de su cola. Pero se sonrojó, complacida con las porras de Félix.
Estaban saliendo camino a Deportes Angélico cuando se encontraron con la mamá de Félix en el patio del hostal. La señora Morales de Flores estaba cargando una enorme pila de ropa y sábanas mojadas para colgar a secar.
—¿Y a dónde piensan que van ustedes? —les preguntó a los primos.
—Ma, nomás vamos a Deportes Angélico. ¡No nos tardamos!
La señora Morales, que normalmente era la dulzura andante, pero que era igual de estricta que su hermana en cuanto a los deberes, los amonestó:
—No no no, m’ijitos. Félix, necesito tu ayuda para colgar la ropa. Y tu mamá te está buscando, Luca.
Luca suspiró, pero se encaminó a la cocina, donde su mamá estaba preparando una porción enorme de enchiladas mineras para la comida de los huéspedes. Algunos de los turistas y de los estudiantes universitarios que conformaban parte de la lista habitual de huéspedes del hostal ya estaban asomándose al comedor para disfrutar los aromas deliciosos emanando de la cocina.
—Ay, Luca. Bien, bien. Por favor ayúdame a picar cebolla, ya sabes cómo me hace llorar.
—Pero ma, yo y Félix podemos ir…
—Félix y yo —corrigió la señora Morales de O’Reilly. Luca suspiró.
—¿Podemos Félix y yoooo ir a Deportes Angélico cuando terminemos? —preguntó Luca, alargando el “yo” lo máximo posible para molestar a su mamá.
—Sí, claro. Terminamos con la comida y se pueden ir. ¡Tu padre y yo estamos muy orgullosos de lo bien que te fue en los exámenes, Luca!
Después de picar cebolla, había aún que picar zanahorias y papas. Luca se aplicó a la tarea con la misma velocidad y concentración que reservaba para sus movimientos de lucha, determinada en llegar a Deportes Angélico antes de que acabara el entrenamiento.
El dúo de madre e hija estaba por fin sirviendo las enchiladas a los huéspedes, preciosamente guarnecidas con lechuga y queso ranchero, cuando el radio chisporroteó con un anuncio:
—Queridos radioescuchas, favor de sintonizarnos después de este emocionante episodio de “Ave sin nido” para un reporte especial: “Lucha femenil: ¿deporte o herejía?”
El radio chisporroteó de nuevo y una larga serie de comerciales de perfumes y productos de limpieza retumbó en el comedor. Luca se quedó paralizada, deteniendo un plato de enchiladas a unos centímetros de la boca babeante de un profesor de la universidad viudo que vivía permanentemente en el hostal.
—¡Luca, el profesor Cervantes! —la amonestó su mamá.
Luca se disculpó profusamente, dejando el plato con gentileza sobre la mesa del profesor. El profesor Cervantes era un tejón anciano y dulce que a menudo entretenía a Luca y a Félix con historias del Guanajuato de antaño, y era el huésped favorito de Luca.
El episodio de la radionovela por fin llegó a su cautivador final y el reporte especial sobre las luchadoras comenzó justo en el momento en que Luca, Félix, la señora Morales de O’Reilly y la señora Morales de Flores se estaban sentando a disfrutar su comida. El profesor Cervantes y uno que otro invitado aún estaban lentamente saboreando sus platillos.
—Justo cuando pensaba haberlo visto todo —empezó el locutor—, ¡ahora sí que se pasaron! La Arena Modelo en el Distrito Federal está presentando una división de lucha femenil. ¿Puedes pensar en algo menos apropiado que una mujer luchando en el cuadrilátero? —le preguntó a su coanfitrión.
—¿Un luchador peleando en el ring echando flores y confundiendo a su oponente con besos? —contestó el coanfitrión con una carcajada burda—. Ahora tienen de esos también, ¿sabías?
Un tañido resonó por el comedor. Félix se sonrojó y se echó rápidamente al piso para recoger el tenedor que se le había caído.
—¡La lucha no es una actividad apropiada para una dama! —el anfitrión exclamó por la radio, nerviosamente intentando desviar la conversación de los luchadores exóticos gays en un programa de radio diurno (te acordarás, querido lector, que el año era 1942 y el tema aún estaba mal visto en esos tiempos)—. Las mujeres deben ser el santuario de los valores de la familia.
—No podría estar más de acuerdo —contestó el anfitrión—. Claro, no tiene nada de malo que las mujeres trabajen en las luchas como bellas edecanes, ¿no?
Con un plomo en el estómago, Luca volteó a ver la cara asustada de su madre. La cola de la señora Morales de O’Reilly daba golpecitos ansiosos sobre la baldosa, y ojeaba apenada al profesor Cervantes y a los otros huéspedes. No era ningún secreto que siempre le había dado a Luca libertad total de luchar y jugar deportes.
Uyuyuy, pensó
Luca. Esto no pinta
nada bien.