capítulo tres
El Ciclón y la máscara
través de las revistas de lucha libre, Luca se enteró del enigmático Ciclón McCool, un luchador veterano que era famoso por ser el primer luchador en México en usar máscara (y en tiempos de nuestra historia, querido lector, ¡aún uno de los únicos en hacerlo!).
Dentro del cuadrilátero, el Ciclón lucía una máscara brillante de azul y oro, combinada con capa, medias, y botas del mismo color. Fuera del cuadrilátero, era bastante esquivo, y nunca participaba en la fanfarria en la que otros luchadores tomaban parte. Es más, la verdadera identidad del mapache era todo un misterio.
La primera cosa que a Luca le había llamado la atención sobre el Ciclón había sido un rumor de que el luchador había combatido contra las momias de Guanajuato, obligándolas a volver al museo después de que un hechizo les había devuelto la vida.
De todos los luchadores que había visto en las revistas o sobre los que había escuchado en la radio, el Ciclón era su favorito. A Luca le gustaba imaginar que ella también se lanzaba enmascarada a la aventura, luchando contra tipos malos y monstruos, al igual que el Ciclón de las leyendas.
Para cuando había cumplido diez años, Luca ya practicaba con sus compañeros todos los días después de clase. Sus habilidades eran conocidas por la escuela entera, ya que podía vencer a chicos mayores y más fuertes con gran facilidad. Casi todos estaban de acuerdo en que Luca era la mejor de toda la escuela. Muchos le llamaban la Chiquita Picosa, porque por su diminuta talla parecía un contrincante fácil—pensabas que podías ganarle, ¡hasta que perdías!
Los niños de la escuela no eran los únicos que disfrutaban de la lucha libre. Aunque Guanajuato no tenía grandes arenas como las de León o del Distrito Federal, el entusiasmo de los lugareños era igual de grande. Había una pequeña liga de lucha libre semi profesional, dirigida por el dueño de la tienda deportiva local, Martín Angélico. Los viernes por la tarde había luchas en el gimnasio anexo a la tienda. Siempre que podían escaparse temprano de la merienda de los viernes, Luca y Félix se colaban por la puerta trasera del gimnasio de Deportes Angélico para ver las luchas.
Estas excursiones siempre dejaban a Luca con un exceso de energía, y por días se la pasaba maquinando el modo de unirse a la liga local.
Un domingo de pereza, Luca estaba en casa de Félix completamente absorta en una pila de revistas de lucha y escuchando las luchas en la radio, cuando se percibió un cambio de tono en la voz del locutor.
—Señoras y señores, les tenemos un invitado muy especial en el programa de hoy. Lo conocen como “el Señor de la Tormenta”: el señor Ciclón McCool estará aquí para compartirnos un vistazo poco común de su pasado.
Era extremadamente inusual que el mapache luchador concediera una entrevista a una estación de radio. Los zorros brincaron para subirle al volumen.
—¡Bienvenido a nuestro programa! —gritó con emoción el locutor.
—El placer es mío —contestó el Ciclón en una voz mucho más callada.
—Entonces, Señor Ciclón, todos sabemos que es usted el primer luchador de México en usar máscara —dijo el locutor, y Luca y Félix asintieron, ya que sabían este dato gracias a sus revistas de lucha—. Pero, ¿cómo es que decidió tomar este paso tan atrevido?
—Pues —contestó el Ciclón con una risita modesta—, la verdad es que no fue por atrevimiento que empecé a llevar máscara. Necesitaba esconder mi identidad.
Luca y Félix estaban en ascuas… ¿estarían a punto de descubrir quién era el mapache detrás de la máscara?
El Ciclón explicó:
—Una vez, hace muchos años, cuando aún era un luchador joven y no me conocían en las grandes ligas, y antes de que se me conociera como el Ciclón McCool, un hechicero llamado “El Macabro” hizo que las momias de Guanajuato cobraran vida por arte de magia.
—¡No me diga! —exclamó el locutor—. ¿Así que los chismes de las momias eran verdad? ¿Y usted fue la salvación de Guanajuato?
—Sí, —dijo el Ciclón—. Pero el hechicero poderoso que embrujó a las momias, enojado de que había echado a perder su planes, amenazó con convertirme en momia en venganza!
Luca y Félix se quedaron sin aliento.
—Sabía que los rumores eran ciertos —Luca soltó abruptamente—. Félix la calló para que pudieran escuchar.
El Ciclón continuó:
—La única forma en que pude continuar siendo luchador fue irme de incógnito. Así que le pedí al peletero que hacía mis botas de lucha que me diseñara una máscara.
Luca se volteó a ver a Félix, boquiabierta. Estaría el Ciclón hablando del mismísimo Martín Angélico de Deportes Angélico?
—¡Increíble, señor! —exclamó el locutor—. Pero… ¿no está usted poniendo su vida en peligro con esta revelación? ¡Ahora el Macabro lo podrá encontrar!
—Ah, pero esa es la cosa —contestó el Ciclón—. Es sólo ahora que puedo confesar esto, porque el secreto de mi identidad está a salvo ya que mi némesis ha fallecido.
—¡¿El Macabro ha muerto?! —preguntó el locutor—. ¿Por su propia mano? ¿O fue otro hechicero? ¡Al hombre lo temían en todo México!
—No, no —se rió el Ciclón—. Murió de viejo. Ya estamos pasaditos de años, ve usted. Hasta los hechiceros más poderosos y los luchadores famosos tienen que enfrentarse a la Muerte eventualmente.
El anfitrión del programa soltó una carcajada en respuesta a la franqueza del veterano luchador.
La mente de Luca se agolpaba de pensamientos con lo que acababa de escuchar en la radio. Estaba ansiosa por acorralar al Señor Angélico: si él había sido el que le había tomado las medidas al Ciclón para la máscara, ¡debía saber su verdadera identidad!
—Le deberíamos preguntar al Señor Angélico si él es el que le hizo la máscara al Ciclón —le dijo a Félix animadamente, tomándolo por los hombros y dando brincos.
—¡De ninguna manera! —dijo Félix—. Se enterará de que nos hemos estado colando a las luchas.
—Ah, tienes razón —dijo Luca.
Pero Félix podía intuir por su expresión y la forma en que se mordía el labio que Luca estaba tramando una manera de acercarse al Señor Angélico. Y, como Félix bien sabía, si Luca estaba determinada a saber más sobre el Ciclón, no habría forma de disuadirla.